El ministerio de las cosas pequeñas

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Tomado de Coalición por el evangelio

Se ha convertido en un lema cristiano: «Intenta grandes cosas para Dios». Algunos incluso se sorprenden al saber que esta frase no está en la Biblia. Como discípulos de Cristo, se nos anima a apuntar alto: participar en un viaje misionero, donar nuestra fortuna o convertirnos en evangelistas en las calles.

Desear ir más allá de lo cómodo y predecible es mucho mejor que convertir nuestro bienestar personal en un ídolo. Sin embargo, no necesitamos destacar ni hacer cosas grandiosas. En la búsqueda de un servicio significativo para Cristo, muchas veces las pequeñas cosas son las grandes cosas. Me gustaría ilustrar esto con una reflexión sobre el ministerio pastoral.

El pastor que se despide
Mi esposa y yo hemos llevado la carga de despedirnos de tres congregaciones a lo largo de los últimos veinte años. Después de un período de ministerio en una ciudad u otra, Dios nos ha guiado a nuevos destinos. Las muchas alegrías del vínculo entre un pastor y su congregación son reemplazadas por el profundo dolor de la separación: lágrimas, abrazos, tristeza, pero también palabras de amor y gratitud mutuos. Al reflexionar sobre estas despedidas, me doy cuenta de que, para muchas personas, son las pequeñas cosas las que dejan una huella imborrable:

«Gracias por preocuparte por mí».

«Gracias por recordar siempre mi cumpleaños».

«Me gustaba cómo me llevabas a tomar café».

«Gracias por bautizar a nuestros hijos».

«Predicaste para nosotros, semana tras semana».

«Gracias por escuchar».

No parece gran cosa. Es enviar un mensaje de texto para preguntar cómo está alguien después de su operación de rodilla. Es estar presente durante una crisis familiar, orar juntos y leer un Salmo. Es dedicar una hora a escuchar a un joven hablar sobre su vida. Es trabajar en tu sermón y luego predicarlo el domingo. Es hacer la pregunta correcta durante una visita pastoral.

No hay nada especialmente emocionante o extraordinario en este tipo de cosas. En mi opinión, la mayoría no son tan difíciles de hacer. Claro, no las hice a la perfección, ni siempre con alegría, pero las hice de manera constante. Aun así, ¿acaso no quiero que me recuerden por algo más?

Un ministerio ordinario
Un pastor probablemente quisiera ser reconocido por obras impresionantes donde sus habilidades realmente se destaquen: «Gracias por tu brillante sermón sobre el hijo pródigo; recordaré ese mensaje por el resto de mi vida». O: «Fue tu charla sobre evangelismo la que me inspiró a ser misionero». Es algo que lleva a la humildad, pero resulta que no son este tipo de obras las que tienen el mayor impacto.

Podrías llamarlo «el ministerio de las cosas pequeñas». Los actos de cuidado aparentemente insignificantes del pastor y los momentos relativamente pequeños de servicio son lo que Dios ama usar para bendecir y edificar a Su iglesia.

Abres las Escrituras y lees un breve pasaje con alguien para guiarlo en medio de un dilema: parece algo insignificante, pero no lo es.
Pasas tiempo con una hermana anciana mientras expresa sus penas, escuchándola principalmente y ofreciéndole unas cuantas palabras de ánimo: parece algo insignificante, pero no lo es.
Oras con una pareja joven, llevando sus preocupaciones ante el trono de Dios: parece algo insignificante, pero no lo es.
Te acercas a un hermano solitario para asegurarle que estás orando por él: parece algo insignificante, pero no lo es.
Porque esto es lo que perdura: el ministerio fiel del amor de Cristo y de la Palabra de Cristo al pueblo de Cristo.

Fiel en lo muy poco
El «ministerio de las cosas pequeñas» es coherente con la forma en que la Biblia nos enseña a pensar sobre el reino de Dios. En Su parábola de la levadura, Jesús dice que el reino de los cielos comienza con algo tan modesto como un poco de levadura. La levadura es prácticamente invisible y su trabajo no se ve, pero, al impregnar lentamente la masa, tiene un impacto formidable (Mt 13:22). Nuestras cosas pequeñas, realizadas con paciencia y constancia, pueden producir algo grande.

Dios nos llama a la fidelidad en cualquier tarea que Él nos haya asignado, sea aparentemente grande o pequeña

Jesús mismo no tenía la apariencia de alguien importante (Is 53:2). Su evangelio no parece impresionante (1 Co 1:18), ni la mayoría de Su pueblo es notable según los estándares del mundo (1 Co 1:26). Sin embargo, Dios ha transformado la historia del mundo a través de la persona y la obra de Su Hijo, e incluso por medio de las palabras y las obras de Su iglesia.

Este patrón bíblico nos ofrece una perspectiva diferente. Aprendemos que Dios nos llama a la fidelidad en cualquier tarea que Él nos haya asignado, sea aparentemente grande o pequeña. De hecho, nuestra diligencia en las cosas pequeñas demuestra nuestra disposición para asumir algo más grande. Jesús dijo: «El que es fiel en lo muy poco, es fiel también en lo mucho» (Lc 16:10). Dios usará nuestra fidelidad en lo pequeño para Su gran gloria.

Sirviendo a Cristo el Señor
¿Qué podemos aprender de esto? Las implicaciones son para cada uno de nosotros, seamos pastores o no.

Permíteme comenzar con los pastores que sirven entre el pueblo del Señor. A veces, su ministerio está marcado por una profunda alegría, pero otras veces este trabajo está lleno de estrés, frustración y tristeza. No sabes qué decir en una visita, el próximo paso no está claro y te sientes completamente inadecuado. Sin embargo, en lugar de sentir la presión de decirlo todo perfectamente o de tratar de satisfacer las necesidades más profundas de alguien, ten la seguridad de que Dios puede usar algo pequeño y a alguien débil. Tal vez solo pases media hora en una visita, pero puedes estar seguro de que Dios usará esto. Si has leído la Palabra de Cristo y compartido el amor de Cristo, algo bueno puede suceder.

A través de nuestro ministerio de cosas pequeñas, Dios puede hacer algo extraordinario

Esto también aplica a otros. Tal vez no tengas un «ministerio» en el sentido común del término, pero sí tienes una tarea del Señor. Él te ha colocado donde estás —en la escuela, en tu iglesia, en tu hogar, en tu vecindario o en tu lugar de trabajo— con el propósito de adorarlo y servirlo. Tu llamado es amar a Dios con todo tu corazón y amar sinceramente a las personas. Así que preséntate. Haz tu trabajo con excelencia. Tómate el tiempo para escuchar a alguien y para amar a alguien. Ten la certeza de que Dios está obrando.

Las rutinas cotidianas de la vida no suelen ser muy emocionantes. La mayoría de nuestros días están llenos de cosas sencillas: otra tediosa reunión de trabajo, más ropa por doblar, cuatro horas adicionales de voluntariado y otras dos docenas de niños a quienes enseñar sobre historia. Son muchas cosas pequeñas, pero esto es lo que Dios ha puesto frente a nosotros hoy. Al hacerlo con todo nuestro corazón, demostramos que es a Cristo el Señor a quien estamos sirviendo.

Es un acto de fe creer que Él puede usar nuestro tiempo, amor y servicio para un propósito más grande que nosotros: creer, y luego salir y actuar. A través de nuestro ministerio de cosas pequeñas, Dios puede hacer algo extraordinario.